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LA PRIMERA PARRANDA DE ARAYA

La primera parranda de Araya de Candelaria
Un homenaje a su último componente, Antonio Marrero

Quién no ha oído de labios de sus padres o abuelos comentarios con acento nostálgico de los bailes que se organizaban antiguamente en el salón de  casas particulares con el clásico patio anexo. Bailes amenizados por la tradicional parranda.  De aquellas parrandas de antaño, cuántos recuerdos, cuántas anécdotas de hombres que sacrificaron gratuitamente muchos días de su vida para divertir a otros. 
De la parranda pionera del pueblo de Araya, sólo vive Antonio Marrero Marrero, que nació en 1914.  Es conocido por Juan o familiarmente por Juanillo.   Hasta su casa nos hemos acercado para oír su inédito testimonio que pasará a la posteridad, pues es el  único componente  que nos puede narrar la trayectoria de la parranda de los años cuarenta.  Sirva, pues, este reportaje, como homenaje a Juan, así como un reconocimiento a aquellos que ya no están con nosotros, pero que forman parte de la historia de este pueblo de Araya de Candelaria.
Juan nos recibe con su peculiar sonrisa en el patio de su casa y contesta amablemente a nuestras preguntas.
-¿Quién les enseñó a tocar los diferentes instrumentos?
“Recuerdo a Julio Rosita, que enseñaba a tocar el laúd y la guitarra.  Enseñaba también a Modesto Baute y a Aurelio Baute e incluso venía gente de las Cuevecitas a aprender a tocar”.
-¿Y a usted, concretamente,  quién le enseñó a tocar el violín?
“A mí no me enseñó nadie a tocar el violín. Al principio lo afinaban como una bandurria, pero aquello no funcionaba, hasta que alguien me enseñó como hacerlo. No recuerdo quién fue.  Después aprendí a tocarlo sin ayuda de nadie. Cuando lo compré tenía diecisiete años.  Me costó setenta pesetas. Mi madre no estaba conforme con la compra, porque decía que me hacía un bandolero”.
-¿Dónde se impartían las clases?
“Las clases se daban en el cuarto que está pegado a mi casa y que era de Anacleto Castro, el padre de Feliciano y Brígida. En él ensayaba la parranda antes de la guerra. El grupo se formó después de la Guerra Civil”.
-¿Quiénes componían la parranda?
“El director de la Parranda de Araya era Fermín Higuera del Castillo (1913-1990), que también tocaba el laúd.  Su hermano Pedro (1920-2003),   al igual que Eusilio Marrero Castro (1916-1998) y Eusebio Lorenzo Marrero Díaz (1915-1992), tocaban la guitarra.  Eusebio la tocaba a lo zurdo.  Yo tocaba el violín y el acordeón, pero en la parranda siempre toqué el violín.  Esta fue la parranda principal, porque más tarde, a veces. nos acompañaban, Jerónimo Marrero Díaz y Emilio Chico Marrero, los dos tocaban la guitarra”.
 -¿Recuerda los lugares donde actuaron?
“Claro que sí. En Rancho Grande (La Florida), lo hacíamos en el salón de la casa de Santiago Ramos Marrero; en La Vera, en el de Juan Agustín Díaz Marrero, dónde hoy vive el nieto, Juan Agustín; en Las Caitanas, en el salón de la casa de Víctor Torres Ramos, hoy vive su nieta Rosa; en Chicoro, en el de Juan Díaz Gil, donde hoy vive Aurora y Maximino. También lo hacíamos algunas veces en el de Peregrina Marrero Díaz, donde hoy vive Eliseo Machín.  En el pueblo de  Malpaís; tocábamos en el salón de la casa de Miguel Pérez Pérez.  El patio más grande era el de Rancho Grande”.

-Con una sonrisa irónica, Juan, apostilla:
“Cuando teníamos que ir a tocar a Malpaís, no íbamos caminando, íbamos a pie.  El lugar más peligroso que teníamos que cruzar era el barranco del Rincón. Había unas lajas tremendas.  Era un lajero malo para pasarlo”.
-¿Recuerda algunas de las canciones de su repertorio?
“Teníamos una, amigo, la mejor pieza, un pasodoble, “Mariquilla se fue al monte”. También recuerdo “la raspa”.  Allá en el Rancho Grande tocábamos de todo, hasta tangos. Cantaban todos menos yo.  Fermín y Eusilio tenían una gran voz y también Eusebio”.
-¿A qué hora solía comenzar y finalizar los bailes?
“Empezaban a las nueve de la noche hasta las dos o más de la madrugada”.
-¿Cuánto cobraban por cada actuación?
“No cobrábamos ni una perra”.
-¿Llevaban algún vestuario especial?
“La ropa de los domingos”.  
-¿Alguna vez se vio en apuros por haber tomado algún vaso de vino de más?
“Sí, me acuerdo que una vez que estaba tocando en Chicoro, en casa de Juan Díaz Gil, en un descanso, le pedí a mi madre, que estaba en el baile, la llave de casa para venir a cenar.  Vine, cené y cuando volví, ¡ay, mi madre! Ignacio y Rafael Machín,  me pegan a dar vasos de vino. ¡ La borrachera que cogí! La única borrachera que cogí fue esa.  Me tuvieron que traer Eusilio y Santiago Higuera a la cama.  Yo cogía el arco del violín y en vez de meterlo por encima de las cuerdas, lo metía por debajo. Yo había estado alegre otras veces, pero nunca borracho”.
-¿Qué otra anécdota nos puede contar?
“Una vez estábamos en Candelaria, en la fiesta de la Virgen, y ya estaba amaneciendo y le dije a José, el hermano de Emilio, que subiera a Araya a buscar el violín y fue.  Mi madre se lo dejó y volvió a Candelaria a traérmelo”.
Para finalizar esta entrevista, sirvan estos versos para revivir aquél pasado, que dejó huella en los diferentes lugares de actuación.

En una tarde arayera,
oí como el aire esparcía
las notas de una folía
sobre una verde ladera.
De Rancho Grande a La Vera,
pasaron en conjunción,
en Las Caitanas su son,
también evocó un pasado;
luego, a Chicoro han llegado
para sellar su actuación.

Las notas con su cadencia
se esfumaron en el cielo,
bajo un suspiro de anhelo
de búsqueda a tal esencia,
encontré la procedencia
del melodioso trajín,
cuando escuché en su confín,
amigo Manolo, pasa,
y en el patio de la casa
a Juan vi con su violín.

 

Número 55 – Diciembre de 2005

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