Inicio · Biografia · Publicaciones · Emblemas · Programas de Cine · Cigarrillos y Cromos

María Candelaria Sosa

     María Candelaria Sosa: “Con 10 años vendí mi primer pescado en Araya”

Esta candelariera nonagenaria rememora en esta entrevista recuerdos de su infancia

“La cueva de un pirata francés está en lo mío”, afirma María Candelaria

     Hoy traemos a esta página la entrevista realizada a María Candelaria Sosa Castellano, conocida por Candelaria, nacida en Amance en 1911. Esta entrañable nonagenaria que pronto cumplirá los cien años nos recibe en su casa con amabilidad y ansiosa de contarnos todo lo que encierra su despierta memoria de un pasado que es parte de nuestra identidad cultural y que ella, con el relato de sus vivencias, enriquece.


- ¿A QUÉ EDAD EMPEZÓ A TRABAJAR?
     “Empecé a ayudar a mi madre desde que tenía siete años. Pelaba las papas, hacía las camas y otros menesteres familiares.  Cuando tenía diez años, con una prima mía que se llamaba igual que yo, recogíamos las cestas sin asas, conocidas por “villeras”, que dejaban las pescadoras en la playa de El Pozo. Con ellas hacíamos unas cestas más pequeñas y redonditas. Recogíamos el pescado que dejaban en los callaos, porque se cogía mucho, y fuimos por primera vez a Araya, caminando,  con unos pocos  chicharros y caballas. Recuerdo que Cho Juan María me daba por el pescado cinco huevos, un puñito de papas y unos higos pasados. Con eso y media peseta veníamos contentas para casa. 
     Con dieciocho años fui a La Laguna a vender pescado. Las primeras veces nos trasladábamos en un camioncito pequeño que tenía una tía mía, Antonia. Lo conducía su hijo Arturo. También fuimos en uno de Juanito Cruz y en las guaguas de Aquilino y de Gonzalo. Nos dejaban en La Orotava y allí nos repartíamos por los pueblos.  Recuerdo ir caminando hasta Realejo Alto, Realejo Bajo, Puerto de la Cruz y más pueblos incluso llegué hasta Palo Blanco. Vendíamos el pescado y, además, nos regalaban papas, carne de cochino, calabazas, hasta chochos. Cuando ya estaba casada mi marido, Francisco Vicente Fariña González,  iba a pescar. Una vez fui y vine caminando hasta Arafo a vender pescado”.


- ¿QUÉ PESCADORES DE CHINCHORRO RECUERDA DE SU INFANCIA?
     “Recuerdo a Juan, conocido por “Morreta”, y a su hermano, Andrés González, conocido por “El Colorado”. También a Juan el de Eloísa, Manuel el de Amparo y Cho Emilio “El Rolo”.


-¿TRABAJÓ EN EL EMPAQUETADO DE PUNTA LARGA?
     “Sí, a los doce años empecé a trabajar. Las mujeres ganaban 2,50 pesetas y los niños 1,50. A mí, como sabía amarrar tomateros, me pagaban 1,75 pesetas. El encargado de la finca era Pepillo, de Arafo, compadre de mi tía Antonia. Ella, desde que yo tenía diez años me mandaba a llevarle el almuerzo. Aprendí en la Rana, en la finca de mi tío Francisco Castellano, que lo llamaban, Pancho. Con doce años le ayudaba a coger papas y frutas”.


- ¿Y DE LOS SALONES DE D. SIXTO MACHADO QUÉ RECUERDA?
     “Los salones eran huertas. El dueño era Antonio, el padre de Juan Pérez. Con siete años iba a recoger cebollas, las que dejaban tiradas.  Después hicieron los salones y fui a trabajar. Antonico Navarro era el encargado. Recuerdo que los soldados que se quedaban en los salones iban a comprar a la venta que mi tía Matilde Sabina Coello  tenía en Amance. La llamaban “La Carpanta”. Era muy elegante. Ellos llegaban a la venta y decían, Matilde, deme una caja de cigarro y apúntela. Entonces ella les decía, apuntar, no. El soldado contestaba, tiene buena memoria. Mi tía tenía un horno para hacer pan. La hija, Candelaria, salía a venderlo por las calles”.


- ¿CUÁNDO APRENDIÓ A LEER Y ESCRIBIR?
     “Aprendí cuando era pequeña. Por las noches me daba clase, en su casa, Angelita Tejera. A todos les tocaba la cabeza, porque no sabían la lección, y a mí no me tocó ni con un dedo. Aprendí a escribir, leer y cuentas, para que no me engañara nadie”.


-¿QUÉ JUEGO RECUERDA DE SU NIÑEZ?
     “Me gustaba el moribundo. Era un juego de coro. Nos cogíamos las manos, formábamos una cadena y lo que decía la primera lo tenían que repetir todas, una a una: Ahí vienen los moros. Luego seguía así: Deja a los moros, déjalos venir… Con un cuchillito y el cabo de marfil… Para matarte a ti. Y nos caíamos todas para atrás moribundas. Luego había que levantarse cogidas de mano”.


- ¿CUÁNTAS CASAS EXISTÍAN EN AMANCE EN SU JUVENTUD?
     “Aquello era una resbalera. Estaba la casa de Domitila (la madre de Pucho), la de Cha Carmina, la de Matilde “La Carpanta”, más arriba la de Cha Emilia (la abuela de Rosaura), la casa de mi tía Antonia, María del Carmen, la de mi madre y la última de allá, de una que le decían Cha Fafa”.


- ¿CUÁNTAS ALFARERAS CONOCIÓ?
     “Conocí a las Miquelas. Tenían un horno en el barranco, cerca de Santa Ana. Candita lo tenía en la Morra, donde está el edificio “El Cano”, en el Pozo. Mi madre también fue alfarera”.


- ¿CÓMO SE LLAMABA?
     “Mi madre se llamaba Dominga Castellano Cruz. El barro lo iba a buscar a “El Barrero”.  Me hacía, siendo niña, pequeños braceros, ollas y más cosas. Los bernegales los confeccionaba con mi tía Antonia, Carmen (la abuela de Heraclia) y Catalina, que era hermana de Candita. A casa de Carmen iban a hacer el vaso. Lo majaban con un palo, allá en La Punta. El horno lo tenían frente a casa de María Luisa, la mujer de Andrés Tejera, un poco más arriba de la casa de Hilda. En aquel tiempo tampoco había casa, sino una huerta que era de mi abuela Josefa González Barroso. La teníamos plantada y regábamos con el agua del barranco”.


- ¿DÓNDE MOLÍAN EL MILLO?
     “El millo se molía primero en la máquina de Don Víctor, frente a la plaza de Teror. Después, en Aroba, en la de Don Ramón. Incluso llegamos a ir a Arafo. Cuando iba a vender pescado, ya casada, cogíamos millo, lo tostábamos, compraba unos kilos de garbanzos y los llevaba a moler”.


- ¿A QUÉ VENTAS LA MANDABA SU MADRE A COMPRAR?
     “A la venta de María Hernández Sabina. Estaba en La Puntita, donde vive su hija Encarnación, la madre de Ricardo. También iba a la de mi tía Matilde, en Amance. Las de Amalia Torres y Zenona estaban en Santa Ana. A ésta última me mandaba mi madre a comprar la ropa”.


- HÁBLEME DEL MÉDICO Y DE LA COMADRONA DEL PUEBLO.
     “Cuando no había solución para la enfermedad con los remedios caseros, íbamos a Santa Cruz al médico. La comadrona era Candelaria Tejera Sosa. Era mi madrina y pariente de mi madre. Vivía en Amance, en el edificio que está entrando a Candelaria, a mano de derecha, donde hay un negocio de cerveza. Más tarde asistía a los partos, Jorgina, hija de Matilde “La Carpanta”.


- ¿CUÁL FUE EL PRIMER CINE QUE CONOCIÓ EN CANDELARIA?
     “Que yo recuerde el cine de la Juventud Católica, en el Convento. Proyectaban imágenes sin movimiento”.


 -ESA ANTIGUA MÁQUINA DE COSER QUE ADORNA SU RECIBIDOR TIENE ALGUNA HISTORIA ¿ES USTED COSTURERA?
     “Es mía. Fui costurera y nadie me enseñó. En mi mente decía, si mi prima Jorgina sabe hacer los trajes, por qué no los hago yo. El último que me hizo ella lo cogí y lo descosí. Y por aquél hice un patrón. Así aprendí. Iba a coser a la máquina de mi tía Antonia o a la de Felicidad, la madre de Juan Manuel. Con dieciocho años compré una máquina de coser”.


- PARA FINALIZAR ESTA ENTREVISTA, SIENTO CURIOSIDAD POR SABER SU VERSIÓN SOBRE ESOS RUMORES DE LA CUEVA DEL FRANCÉS.
     “Esa cueva está en lo mío. Según me contó mi tía Antonia, era de un pirata francés. Decían que si había un tesoro enterrado. Ella, con mi madre y D. Claudio fueron e hicieron un hoyo de unos tres metros, frente a dicha cueva, donde se suponía que estaba el tesoro. D. Claudio era el que estaba abajo escarbando y  cuando le salió una cueva se asustó, gritó que lo sacaran. Una vez fuera, bajó mi tía, metió la mano y sacó unas tijeras y un puño de serrín amarillo. Y lo volvieron a enterrar, seguro que era oro. Cuando eso tendría yo unas ocho o diez años, no más.  Cuando estaba casada, alguien que se enteró fue e hizo otro hoyo. Cuando lo vi me asusté.  Le dije a mi gente, vayan para arriba para que vean aquel hoyo. Me dice un cuñado mío: ¡Ay, Sosa, que ya se llevaron tu tesoro! Esta es la historia de la Cueva del Francés”.
Después de los testimonios de Candelaria sobre un ayer que no se parece en nada a la realidad en que vivimos,  queda una reflexión en el aire: ¿De qué nos quejamos hoy?

                                                                                                

Número 71 – Mayo de 2008

 

<< Anterior - Siguiente >>