Nostalgia de un recuerdo

 

Estimado Sr:

     Navegaba por Internet en busca de una fotografía o grabado antiguo que necesito para un trabajo que tengo entre manos, cuando me topé con su página web. En principio, me pareció una más, una de tantas. Sin embargo, a medida que fui entrando en sus apartados, me fue enganchando. Quizás porque a mis sesenta años el encontrarme de nuevo con los cromos de ni niñez, programas de cine, cancioneros de la época, viejos libros del colegio o con el Capitán Trueno y El Jabato, me ha producido una honda emoción. No obstante, aunque por sí solos estos recuerdos me podrían causar tal sensación, a ello ha contribuido en gran medida tres palabras que forman un hermoso topónimo: Valle Gran Rey. Ahora me explicaré, si usted me lo permite.

     Corría el año 1961, o quizás fue en el 62, cuando mi primo, Manuel González Méndez, a la sazón Párroco de aquel lugar, me propuso, dado que yo disfrutaba de las vacaciones escolares de verano, pasar un mes en la Gomera. Ni lo pensé y así aquel niño de diez años, abandonó temporalmente el mundo horizontal y plano de La Laguna, para pasar a un entorno vertical de impresionantes montañas, prodigiosos bancales de verdes plataneras y un precioso  mar azul.

     En el Viera y Clavijo, o a lo mejor era el León y Castillo, navegamos durante toda la noche y llegamos al amanecer a San Sebastián. Después en coche fuimos dando tumbos por toda la isla hasta llegar a nuestro destino. Hoy, afortunadamente, Valle Gran Rey está a un tiro de piedra, que suele decirse.

     Allí encontré a unos nuevos primos, Mª Isabel y Pepe que vivían con su hermano en la casa parroquial. La primera muy simpática y enormemente cariñosa. Lamentablemente falleció hace algunos años de manera prematura. Pepe, chistoso y bromista hasta tal punto de hacerme creer que los antiguos tranvías que circularon entre Santa Cruz y Tacoronte hasta mediados de los años cincuenta, ahora circulaban tan campantes por Chipude. Lo grave del asunto es que yo en la primera carta que envié a mi casa se lo hice saber a mi madre y ella, a su vez, a un antiguo jefe del tranvía que naturalmente la miró como si tuviera el juicio dislocado.

     Creo recordar que como venganza le abrí la puerta de un palomar en el que albergaba un montón de palomas blancas de las llamadas colipavas que anduvieron varios días realizando unos cortos vuelos alrededor de la casa hasta que finalmente consiguió encerrarla a todas nuevamente.

     Con él solía ir al mediodía a un bar cercano a la actual iglesia en el que cocinaban unas riquísimas  caballas.  Ya, por la noche, le acompañaba a poner las películas en aquel cine de pueblo pequeño que hoy me recuerda al “Cinema Paradiso” de Giuseppe Tornatore.  Qué habilidad para confeccionar con pequeños cristalitos y un colorante llamado anilina, los anuncios comerciales o de la próxima película. Pepe se jubiló como empleado de banca y vive actualmente en Güímar. Manuel, aquel cura inteligente y culto que siempre estaba de buen talante, falleció, ya mayor,  hace cuatro o cinco años en La Laguna.

     Por aquel Valle Gran Rey que yo recuerdo, la gente iba y venía incesantemente a la playa por la carretera de tierra franqueada de plataneras y de atarjeas por las que corría el agua produciendo su característico murmullo. En Casa María Mesa, en la playa, ponían un sabrosísimo atún como no he comido otro y los olores podían despertar a un muerto.  Yo nunca había visto los aguacates y los mangos allí tan abundantes. Me costó un tiempo acostumbrarme a los primeros, seguramente porque mi paladar no estaba preparado todavía para saborear esta sutil fruta.  En las plácidas tardes de aquel verano, los murciélagos, de vuelo aparentemente errático, llenaban el cielo. Por la noche, a la doce, se apagaba el motor que proporcionaba la luz y también Valle Gran Rey se apagaba hasta el nuevo día.

     Aunque yo, un niño, no tenía trato con la mayoría de las personas mayores que pululaban por el entorno en el que me movía, es decir, la iglesia y la casa parroquial, sí recuerdo a algunas personas que frecuentaban la zona: Nana, Generosa, Chanito, Imeldo, Tito y Carmita, la pareja de novios, la farmacéutica cuyo nombre no recuerdo,  Salvador el del taxi, e incluso una perra de muy mal carácter que llamaban “La Viva” y que pertenecía a una familia que vivía saliendo de la casa parroquial hacia al cine, por el lado izquierdo de la calle.

     Mis compañeros de juegos fueron Manolo y Víctor, los de Mariquilla la de la venta, Pepe Andrés, José Abel que vivía cerca de la citada venta, Cillo…  Ellos me acogieron como uno más, a mí, un extraño. En alguna ocasión me despertaron por la mañana cantándome  “Las mañanitas del Rey David”. En fin, juegos y cosas de niños. Excursiones a la playa del Inglés, cantar con una guitarra que alguien rasgueaba un poco… Creo recordar que Manolo tenía un cierto ”liderazgo” sobre los restantes muchachos.

     Cuando he vuelto a Valle Gran Rey, he procurado que mi mujer y mis hijos se queden disfrutando de la playa para perderme por La Calera intentado reencontrarme con el “yo” niño que dejé en un lugar que me marcó para siempre.

     Espero que este pequeño comentario no lo haya distraído de sus ocupaciones. Ahora, me atrevo a preguntarle: ¿Es usted Manolo el de Mariquilla?

     Por último, envidiarle los ratos que pasó con Los Panchos. Estar con Chucho,Basurto y Gabi Vargas, no tiene precio. Siempre he sido un gran aficionado a los boleros, Panchos, Ases, 3 Reyes con Gilberto Puente, el mejor requinto del mundo, según dicen.

Reciba un cordial saludo.

Mateo Felipe Molina.

 

 

 

Estimado Mateo:

     Sus palabras tan sensibles me han embargado de nostalgia, sorpresa y alegría. Recordar el viejo Valle Gran Rey con la descripción tan real como lo ha hecho, es volver a vivir  mi infancia.

     Su correo es un documento que me ha llevado a la popular frase: "EL MUNDO ES UN PAÑUELO". Y digo todo esto, porque uno nunca sabe las vueltas que da la vida, y en este caso, en una de esas vueltas se ha encontrado con mi página web.

     Para que ahora analice las casualidades de la vida, le diré que fui monaguillo de D. Manuel. Soy Manolo, el de Mariquilla o Quilla. Mi padre murió joven, con cincuenta y cinco años. Mi madre falleció el año 2010 a los setenta y siete años.  

     Gracias por su comentario sobre mi página web. Seguiremos en contacto.

Un saludo.

 

Mateo me recomendó visitar la página de senderismo en Google: “Pateando los senderos de Tenerife”. Una maravilla. No dejen de visitar dicha página.

 

Valle Gran Rey