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Concepción Castellano, la memoria viva de Candelaria

Nació en 1920 en la zona conocida por El Risco

Concepción Castellano Castellano, candelariera,  nacida el año 1920 en el Risco, lugar donde siempre ha vivido. Es madre de nueve hijos, cinco viven en la actualidad, fruto de sus dos matrimonios. Desde su casa ha oído y visto el mar con sus bonanzas o el rugir embravecido que le restaba un día o más de trabajo.
Concepción, empezó esta entrevista con El Cañizo hablándonos de sus vivencias escolares: “Fui poquito tiempo a la escuela. Mis primeras maestras fueron Doña Milita y la hermana, Doña Clotilde. Antes me daba clases Doña Paca en un cuartito que tenía empezando la calle de La Arena, pero lo poquito que aprendí fue con Angelita Tejera que daba clases pagas. El maestro que más tiempo estuvo con los varones fue Andrés Triviño Collado”.
- ¿Cómo se portaban los Reyes Magos con usted?
“Me decían mis padres, acuéstate, pues los Reyes no entran si los ven despiertos. Poníamos detrás de la puerta millo, una botellita y un cacharrito con agua para que los camellos comieran y bebieran. Recuerdo que un año me dejaron una pepona de cartón tan bonita, cogí y la metí dentro de una bañera y cuando la fui a sacar estaba toda abierta, cuánto lloré. Entonces mi madre fue a casa de Zenona, en Santa Ana, y me compró otra”.
-¿Qué medios utilizaban para cocinar?
“La leña, especialmente tabaibas y balos secos. Loa calderos se ennegrecían fácilmente, pero la comida que hacían era más gustosa que la actual”.   
-¿Cuál era la alimentación habitual de su familia?
“Hacíamos tres comidas al día. El desayuno era agua guisada de toronjil o pazote con gofio y un caramelo en la boca, porque no se conseguía el azúcar. El almuerzo era cazuela con papas, batatas y pescado del chinchorro que  era lo que más abundaba. Después se revolvía el gofio. Otras veces se hacía un rancho con fideos o un potaje con pocas papas, porque entonces no se podían comprar, pues éramos siete en casa, pero mi madre siempre conseguía algunas. En la cena comíamos si quedaba algo del almuerzo”.
-¿Qué relación tenía Fernando del Castillo con la iglesia?
“Era sorchante, organista y cartero. Su mujer se llamaba Tomasa y traía las cajas de muertos vacías a la cabeza desde Igueste, después las pintaba. ¡Ay, pero bien cargó de cajas!  Vivían en un cuartito que estaba por fuera del cine de Mascareño, donde un chico de Araya, que se llama Erasmo, tiene un bar.
- ¿A qué lugar iba a buscar el agua para el servicio de casa?
“Al pozo de la Virgen y a otro que había frente a la plaza de Teror, donde vive hoy Julito González González. También íbamos a las casas de Panchita, de María “Caballo”, que trabajaba con Mascareño, la Cubana, en Santa Ana y Elvira, la madre de Juan Castellano, en el Barranco. Los que eran aljibes sacaban la lata de agua, que era el medio de transporte, con una soguita. Otros lugares eran con llave. Menos el pozo de la Virgen, los demás eran particulares”.
- ¿Cuánto pagaban por una lata de agua?
“A veces una perra, quince céntimos. Si a María no le dabas las perras antes no habría la llave”.
-De su niñez a la juventud. ¿Cómo se divertían los jóvenes?
“Con los bailes que se hacían en el casino de Juanito Cruz y en el de la calle de la Arena. Éste tenía una puerta grande para salir a la playa”.
-¿Quiénes amenizan esos bailes?
“Los amenizaban Felipe Pérez Núñez, “El Capitán”, que tocaba el piano y Álvaro González Tejera el violín. También hacían bailes en la Torre, un local que había al lado del bar de Sindo, hoy  solar. Más tarde vinieron a tocar la Nivaria de Arafo a las fiestas de Santa Ana. La Candelaria venía a las procesiones,  por las fiestas de agosto”.
-¿Cómo se vivía el carnaval?
“Nos vestíamos con cualquier cosa, una chaqueta rota, un pantalón roto y una careta”.
-¿Trabajó en la finca de Punta Larga?
“Sí. Iba a coger tomates. Venían camiones por ellos. También me acuerdo cuando mi tío Miguel “El Porrón” venía a Punta Larga desde el Porís en un barco grande, la  “Amelia”. Descargaban madera y cargaban tomates en la puntilla que sale hacia fuera”.

REPARTO DEL PESCADO

-¿Cómo se repartía el pescado y  a qué lugares iba a venderlo?
“El pescado se repartía en soldadas, a veces, por cubos. Las sardinas las contaban cuatro a cuatro. Mi tía Peregrina y María la de “El Colorado” eran las que más soldadas tenían, porque eran dueñas del chinchorro. En aquel entonces íbamos en la guagua de Arturo, Aquilino y Gonzalo, o en el camión de Juanito Cruz, a venderlo a la Laguna, Santa Cruz. Algunas de nosotras se quedaban en Taco, otras bajaban en la Victoria o seguían para el norte. Yo me quedaba en Santa Úrsula, porque mi primer marido era de allí. “Cuando la gente decía que no tenía dinero, continúa diciendo, el pescado se cambiaba por papas, batatas o frutas. Si lo compraban también nos regalaban algo, una col, un bubango. Siempre venía cargada, lo mismo para abajo que para arriba. Regresábamos en la misma guagua que íbamos. También fui, pero caminando, a Barranco Hondo, Güimar y Arafo, hasta que empezamos a ir en una guagua que la llamaban “La Lola”, concluye.
­Concepción, a pesar de las adversidades que le ha tocado vivir, le planta cara a la vida con resignación y con su forma de ser, alegre y conversadora, oculta los pesares que lleva dentro de su corazón. Hoy con sus hijos, nietos y bisnietos disfruta el día a día con ilusión.

                                                                      
Número 75 – Marzo de 2009
                                                                      

 

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