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Origen y primeros habitantes del pueblo de Araya según el  padre Alfredo Turrado

     El documento, de interés histórico, fue publicado en un programa de fiestas en 1992

     Buena parte de la información le fue transmitida oralmente por los más viejos del pueblo

     El padre Alfredo Turrado Carracedo estuvo con voz misionera al servicio de los vecinos de Araya desde su llegada a Candelaria el año 1975 hasta 1998, año en que  por motivos de salud dejó la parroquia, falleciendo en 1999.
     Publicó un interesante artículo  en el programa de fiestas en honor a Santa Rita en octubre de 1992. Después de su introducción sobre el nombre del pueblo, primeros habitantes y primera referencia escrita, relata la historia de este pueblo en labios de los vecinos más viejos, con la colaboración de un grupo de arayeros que se encargó de entrevistar a nuestros mayores. Un trabajo que no debe caer en el olvido ni pasar como un documento eventual de unas páginas festivas. Este es el legado que el  padre Alfredo aportó para la posteridad y que debe tener en cuenta cualquier cronista cuando haga referencia a este pueblo. Comienza así: “Consta en diversos documentos que el pueblo se llamó desde sus primeros orígenes “Araya”. Era palabra guanche. Significa, según algunos: “Primavera”, o “Tierra Florida”. Recuérdese a este propósito que en Araya existe el barrio de “La Florida”, que es de los barrios más antiguos y probablemente el primero de todos. Acaso sea “La Florida” el verdadero comienzo, en sentido de origen, del pueblo de Araya.
     Pasaron muchos años y sucedió que la Villa de Candelaria se constituyó en Ayuntamiento independiente y con vida propia y ante esa circunstancia nuestro barrio pasó a llamarse “Araya de Candelaria”. Quizás convenga anotar, que de momento, conocemos tres pueblos más en España y una zona entera de Venezuela, que llevan el nombre de “Araya”.

 

PRIMEROS HABITANTES


     “Los primeros habitantes o pobladores de Araya fueron aborígenes, es decir, guanches de pura raza. Así lo afirma la historia, así lo demuestran las investigaciones y así lo prueban los restos humanos encontrados en las cuevas del contorno.
Naturalmente, esto fue en los tiempos primeros. En el siglo XV, cuando se establecieron los castellanos en Candelaria, subieron a Araya, compraron tierras y casas y dominaron la situación. Y al cabo de los años había muchos castellanos y pocos guanches.
     En palabras del historiador Rodríguez Moure, “las zonas altas de Araya eran ricas en fuentes de agua dulce, circunstancia que favorecía la abundancia de pastos para el ganado y la existencia de árboles frutales”.
     Los arayeros cultivaban las viñas con acierto y sabiduría. Cosechaban buen vino, que guardaban en las bodegas de La Florida. Cosechaban papas, millo, centeno, etc.; de todo un poco. Que las tierras de Geva, Hoya de la Viña, Los Brezos, Igonce y Chafa, incluidas principalmente sus laderas, hayan sido abundantes en agua y propicias para el cultivo de diversos frutos agrícolas lo atestigua en Araya, por experiencia propia, la mayoría de la gente”.

PRIMERA REFERENCIA ESCRITA


     “Año 1574. Testamento de Dña. María Hernández: “… viuda de Pedro Miguel, vecina y moradora de Candelaria, por estar enferma otorga este testamento y Declara: Que Pedro Miguel heredó de su padre, Miguel de Güímar, cierta cantidad de tierras de Candelaria, lindantes con el barranco de la huerta y noria de los frailes de Ntra. Sra. de Candelaria a dar a la fuente de Chese, con el barranco de la Cruz del Conde, que a por nombre Chaxacoy y Araguigo y por la banda de arriba Chafa, cortando a la fuente”.
     También declara: “Que su hijo Diego Moreno, debe a Pedro Ramírez mercader, la cantidad de 26.144 mrs. De la moneda usual en las islas Canarias, para lo cual Pedro ejecutó la deuda y tomó posesión de los bienes de Diego, hipotecando sus tierras, sitas en Araya, para salvar la deuda”.

CAMINOS Y COMUNICACIONES


     “Al principio, teníamos solamente un camino de tierra y piedras hacia Candelaria. Era bastante engorroso, porque había unas piedras redondas, pequeñas, que al menor descuido resbalabas y te caías. Y eso tanto al subir como al bajar.
     Ese camino cruzaba el barrio desde Araya hasta la Cruz del Camino; desde la casa de cho Juan Tomás hasta cerca de la última casa que era la de cho Juan Díaz, en el Lomo.
     Años después, arreglaron un poco dicho camino y lo alargaron por las Vera hasta la Florida. Mi marido y otros hombres de Araya trabajaron en la obra. Les pagaban en el Ayuntamiento.
     Los vecinos de La Florida quedamos muy contentos con el arreglo, pues nos resolvió grandes problemas.
     A los pueblos de alrededor, por ejemplo, a Cuevecitas, Igueste y Arafo, íbamos por veredas, por atajos, por los barrancos y por los canales. No era nada fácil ir, pero ¡qué remedio! Había que comprar y cambiar cosas.
     Se iba con frecuencia a Arafo a buscar el pan, a Igueste para asistir a la escuela y a Candelaria a vender leña, pinocha y diversos frutos del campo”.

LA PARROQUIA


     “La iglesia de Araya se llamó desde siempre, “Iglesia de San Juan”, o “de San Juanito”.
     Tres iglesias he conocido yo: La ermita, la iglesia vieja y la iglesia actual”.
     La ermita era un cuarto, a dos aguas, con fábrica de piedras y barro, y cubierta de tejas. Podría tener aproximadamente 3 metros de ancho, 6 de fondo y 3,50 de alto.
     Por dentro, en el frontal, presidían las imágenes de San Juan y Sta. Rita.  Estas dos imágenes son las mismas que tenemos en la actualidad. La imagen de San Juan, a criterio de los entendidos, es un verdadero tesoro de historia, de arte y de tradición.
     La Iglesia vieja sería hacia el año 1920. Las gentes de Araya, decidieron ampliar y mejorar la Ermita.
Trabajaron en la obra como maestro responsable, D. Simón Higuera y como ayudante el joven Agapito Torres Castro, que rondaba entonces por los 15 años.
     Resultó una iglesia algo reducida, pero graciosa y útil: con San Juan y Sta. Rita en sus repisas respectivas, con bancos, con armonium, con púlpito, con dos puertas, y más tarde con espadaña y dos campanas.
     La iglesia actual, bonita, elegante, con estilo de construcción adecuado a la historia y al paisaje, con su torre cuadrada, sus campanas y su típico balcón canario. Mejor que explicar la iglesia en su totalidad será animar a todos para que vengan a visitarla y conocerla: una mirada vale más que mil palabras”.
     Sobre las primeras casas del pueblo que venía a definir los núcleos principales de la población dice la persona entrevistada: “…recuerdo algunas casas de entonces, iré diciendo por barrios, y así recordaré más fácilmente:
En La Florida: Las casas de Pancho, Juan Gregorio, los “Marqueses”. También la de Tomás Chico. En las Caitanas: Las casas de Esteban Chico y Pepe Chico. En Chicoro: Las casas de los Higueras y la de Gregorio Matos, que vino de Cuba. En Areja: La casa de Cho Juan Tomás”.


LAS COMIDAS


     “Los jóvenes de hoy se extrañan cuando decimos cómo eran las comidas y cómo las preparábamos. Pues atiende que estoy dispuesta y te explico: La base principal de nuestra alimentación era el gofio: gofio escaldado, amasado, galao, con miel y almendras, con leche, cabrillas y tarbina… Después, los frutos secos: higos pasados,  porretos, almendras. Los higos de leche y los higos picos, en su tiempo. Y papas, a todas horas. El pan lo traíamos de Arafo, y procurábamos que no se secara mucho.
     También había pescado alguna vez, cuando venían desde Candelaria a venderlo, o íbamos por él. También cuando se podía, había carne de conejo, de cochino, y como un lujo, carne de gallina.
     Las comidas, eran, en general, a base de pocas cosas, pero nos defendíamos. La gente estaba sana y con fuerza para trabajar, y digo más, los arayeros de entonces éramos muy trabajadores. En determinadas circunstancias hasta exagerados en el trabajo, tanto que alguno no encontraba tiempo para dormir, ni para comer, ni para otros menesteres imprescindibles. Para ellos, todo se reducía, a trabajar y más trabajar”.

EL MÉDICO, EL CURA Y EL MAESTRO


     “Ni el médico, ni el cura, ni el maestro estaban en el pueblo y había que ir a buscarlos. Como las comunicaciones eran pocas y malas, se pasaban muchas fatigas. El médico había que ir por él a Güímar o a Santa Cruz. A veces venía gustoso y a veces ponía dificultades para no venir. En caso de que no viniera había que llevarle al enfermo y se llevaba en caballerías. El viaje resultaba muy penoso y algunos enfermos fallecían por el camino.
En Araya vivían dos o tres personas que entendían algo de curar. Mandaban hierbas y agüita guisada, y friegas y ungüentos y ponían las manos sobre el enfermo.
     Primero nos atendían los curas de negro desde Güímar, después regresaron los frailes a Candelaria y ellos nos servían. Había que ir a La Rana o al mismo Candelaria, a recogerlos en una bestia. Me acuerdo que venía el padre Vicente montado en un mulo, el mulo se espantó y el fraile cayó redondo al suelo. Le gustaba tomar una copita de vino, pero sin pasarse. La gente abusaba de él haciéndole numerosos encargos y el pobre fraile, que era tan bueno, hacía los encargos como si fuera el recadero del pueblo.
     En cuanto al maestro aquí andábamos de lo malo lo peor, apenas tuvimos posibilidades ni medios para aprender. En La Florida vivía una señora a quien decíamos Dª Rosita, que daba escuela en su casa. Pero enseñaba escasamente a leer y a firmar con el propio nombre.
     Los que deseaban saber más tenían que ir a Igueste todos los días caminando por el canal y llevar su comida. Años después podían bajar a Candelaria, al Convento, a las clases que daban los frailes. Gracias a eso, algunos aprendieron muchas cosas y se han defendido mejor en la vida”.

LAS BODAS 


     “Menuda diferencia de entonces a ahora. Yo me casé en Candelaria porque la iglesia de Araya aún no estaba hecha. Llevé un traje largo, con velo y todo, que me preparó mi madre. A mi juicio, estaba muy guapa. Bajé caminando desde la Florida a Candelaria y fui descalza y a la puerta de la iglesia, me puse las lonas. La boda se celebró en la iglesia de Santa Ana; asistieron los familiares y dos o tres personas de Araya. El cura era de los que visten de negro y al sacristán le llamaban Castillo. Nos pusimos a vivir en un cuarto que tenía mi padre al lado de la bodega. Era poco cómodo vivir allí, pero mi marido y yo estábamos tan felices. Tan pronto nos fue posible compramos unas vacas. Yo hacía queso y vendía leche. Recuerdo que años más tarde, cuando vino el padre Vicente a hacer la misa en Araya yo hablé con él y comencé a ir al convento a llevar leche tres días a la semana”.
     “Me preguntas que cómo eran las diversiones en los años, tan lejanos, de mi juventud. Pues verás, no teníamos radio, ni televisión, ni salíamos apenas del pueblo. Todo se reducía a reunirse en las casas, charlar, contar historietas, decir cuentos… Algunas veces, si llegaba a la reunión alguien que supiera cantar, o tocar, se encendían los ánimos y se hacía baile.
     La primera diversión importante que yo recuerde fue Navidad. Los hombres de Araya fueron con carros y mulos a Arafo y trajeron los músicos. Tocaron y cantaron la Misa del Gallo, que salió tan bonita que aún se recuerda.  Después de la misa los músicos vinieron a La Florida, a casa de Cho Pancho, el Marqués, a cenar.
     Íbamos por agua a Las Goteras. Tener agua era un verdadero problema en las casas. Había que traerla de lejos. Los de la parte alta, es decir, los de La Florida, Las Caitanas y La Cruz del Camino, íbamos a buscarla a Las Goteras. Solíamos reunirnos tres o cuatro, o cinco mujeres y con los cántaros o lebrillos en la cabeza, salíamos conversando… Allí, era forzoso esperar a que se llenaran los cacharros y a veces llegabas tarde a preparar la comida.
     Los de Chicoro y los de Areja, preferían ir por el agua al pozo de la Virgen, a Candelaria. Otro problema era lavar la ropa. Pues íbamos, nada menos que a Chafa, donde había un lavadero y a Chese el Viejo. Salíamos al amanecer varias mujeres juntas, formando grupos, con los sacos de ropa sucia a la cabeza. Se cantaban coplas, se decían cuentos, al ir y al venir. Y en el lavadero se hablaba de todo lo habido y por haber. Ver aquellos grupos de mujeres cantando y conversando alegremente, por el monte, resultaba muy simpático y agradable. A todas nos gustaba ir al lavadero”·
     El padre Alfredo Turrado finaliza el artículo con “Otros datos de interés” que paso a relacionar:
1975.- Se abre al culto público, la iglesia actual.
1976.- Inauguración de la pista de La Punta a La Florida.
1977.- Inauguración de la Nueva Plaza de Chicoro.
1978.- Pista y Romería a Chafa.
1979.- Primera Romería de San Isidro en Los Brezos.
1980.- Bendición de la Biblioteca y Salón Parroquial.
1981.- Asfaltado de la Carretera (desde La Rana a Chijerno).
1982.- Polideportivo y asfaltado de la Carretera (desde el Cruce a la Plaza).
1983.- Realización de la Pista por El Tagoro.
1984.- Mejoramiento y asfaltado de la pista a Los Brezos.
1985.- Bendición de la Cerámica de la Virgen de Candelaria.
            Obras de ampliación de la Carretera (desde Chijerno al Cruce).
1988.- Inauguración de la Casa de la Cultura.
1992.- Bendición e inauguración de la Cripta y del Campo de Lucha.

 Este escrito es una rúbrica más de la buena labor pastoral y cultural de su paso por Araya. Gracias, padre Alfredo, por esos veintitrés años de tu vida que nos regalaste. 

La Plaza de Araya, al fondo, la iglesia vieja[1].Principios de 1960.

Número 73 – Septiembre de 2008

                                                          
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